Cuando te enseñan a escalar en roca, de las primeras cosas que aprendes, junto con aprender a armar el nudo ocho, es el “doble chequeo”. Es ese momento previo a la escalada, en el que con tu cordada revisan que cada uno hizo las cosas bien: el casco y arnés están ajustados, el nudo ocho está pasando por los dos puntos del arnés, está bien “peinado”, y el dispositivo de aseguramiento está bien posicionado y bloqueando la cuerda. Sin embargo, casi nadie menciona el doble chequeo mental: asegurarse que tu compañero está en condiciones de participar de una actividad de alto riesgo, como lo es la escalada en roca. Este punto es tan importante como el chequeo del equipo, y para mi mala suerte lo aprendí en un accidente.
A pocos meses de empezar en la escalada deportiva, fui con dos amigas a escalar en una localidad fuera de Santiago. A las dos las conocía desde hace poco tiempo por separado, y ese fin de semana quise juntarlas para aprovechar que una de ellas visitaba la ciudad. Aunque sus personalidades eran muy diferentes, se llevaron bien desde el comienzo. Mi amiga quien visitaba la ciudad es despierta, calmada, de palabras precisas y ojos brillantes. Mi otra amiga es extrovertida, de risa rápida y muy emocional, a esta amiga la llamaremos Karen. Karen acababa de terminar un pololeo y no quería dejarla sola ese fin de semana. En un inicio, el plan era ir a la playa en el litoral, pero cuando la invité ella propuso ir a escalar. La propuesta fue muy bien recibida. Karen escalaba desde hace varios años y tenía un buen nivel.
Confiar en tu cordada es esencial pero esa confianza debe construirse en base al pleno conocimiento de la otra persona en el contexto de la escalada, y fuera de ella también. Sin embargo, yo confiaba en Karen sin conocerla, solo basándome en su trayectoria como escaladora y como montañista.
Pero ese fin de semana Karen no era completamente Karen, había sufrido una ruptura amorosa y eso mantenía su mente a ratos abstraída del entorno. Yo no fui consciente de que su mente no estaba del todo presente y que eso era un riesgo, solo notaba su bajo ánimo e intentaba animarla y acompañarla.
El primer día de escalada comenzó y como la película “una serie de eventos desafortunados“ Karen sufrió varios pequeños accidentes que trataban de ponernos en alerta. Derramó todo el navegado que preparábamos la noche anterior, se le cayó el pan con palta del desayuno a la tierra (por el lado de la palta) y al calentar la leche en la cocinilla, se pasó la temperatura rebalsando y perdiendo más de la mitad del contenido.
Cuando por fin fuimos a la roca, habían ya varias rutas equipadas por la gente que estaba acampando junto a nosotras, así que fue fácil partir. Escalamos en top algunas rutas, que es lo óptimo cuando no conoces la roca, y durante un par de horas lo pasamos muy bien.
En un momento, Karen dijo que desequiparía una ruta ya que todos la habían escalado. Yo le dije que la podía asegurar y me preparé para ello. Mientras Karen subía conversábamos, hasta que llegó a la reunión y empezó el proceso: “¡Autoasegurada!” y le quité tensión. Luego me pidió cuerda para empezar a desequipar, hizo una broma -nos reímos todos- y así, de repente, escucho mi nombre en un grito de dolor, la cuerda se tensa y Karen estaba varios metros abajo colgando. Prefiero no decir cuántos, porque para las distancias no soy buena.
Inmediatamente los escaladores que nos rodeaban se hicieron presente. Un chico se equipó y empezó a escalar para buscar a Karen, la tomó, la calmó y la bajamos. Por suerte Karen no se había sacado su nudo ocho principal. De lo contrario, estaría relatando otra historia mucho peor.
Ya en el suelo, la miramos y notamos que no tenía su línea de vida puesta. Con otro chico inspeccionamos visualmente la reunión y notamos que ahí estaba su línea de vida, asegurada al punto de descuelgue. Yo miraba con espanto y por dentro pensaba “¿Qué pasó? ¿La línea de vida se cortó?”. Luego, el chico que bajó a Karen siguió subiendo y desequipó la ruta completa. Bajó todo y comprobamos que la línea de vida no estaba rota, estaba intacta. ¿Cómo podía ser posible?
La historia sigue con Karen en la urgencia, comprobando una fractura de tobillo que requeriría cirugía, hundiéndose en frustración y culpándome por el accidente y por los metros caídos. Unos días después, confirmaría con otro testigo, que estuvo tomando fotos ese día, que Karen nunca amarró la línea de vida a su arnés. En una foto de primer plano, se veía que la línea de vida pasaba por el arnés pero sin alondrar. Karen nunca se enteró de ese detalle.
Karen también tuvo suerte: ese día no quiso usar casco de escalada y la caída fue sin casco. Un golpe en la cabeza, podría haber cambiado dramáticamente el final de esta historia.
De las lecciones que aprendí, es que no debo escalar con nadie que no quiera usar todos los implementos de seguridad. Incluso si es alguien con mucha más experiencia que yo. Todos los elementos de escalada se deben chequear. Y nunca se debe olvidar el más importante chequeo: el ánimo y estado mental de tu cordada. La escalada es un deporte de riesgo y se debe tomar en serio.
Melocotondriaca
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